En su generación (los pintores que hoy tienen entre 20 y 30 años), Roberto Aizenberg es quizá el artista de mayor calidad técnica y excelentes medios expresivos. Trabaja con la precisión de los miniaturistas y, como ellos, su interés primordial reside tanto en la perfección y habilidad como en la aplicación de la luz.
La muestra que el año pasado realizó en la galería Plástica fue el testimonio de la presencia de un pintor –sólo se lo había visto antes en algunas exhibiciones colectivas- de gran valor no sólo por su calidad sino por el planteo plástico que esa obra comporta.
Aizenberg está en la línea clásica y mas ortodoxa –si es posible- del surrealismo. Por la perfección en el logro de las gamas, recuerda a algunos holandeses. En las formas, se notan resabios del mejor de Chirico. Fluctúa de lo figurativo a lo abstracto y su preocupación fundamental es la imagen: empieza sus tareas con el color, sin dibujar: el motivo del cuadro va surgiendo del cuadro mismo. En este primer momento de elaboración de la tela, mezcla la imaginación con el automatismo puro. Se trata de fijar los elementos que serán la base de la obra. Luego, viene el trabajo plástico.
Así sintetizado el método de trabajo de Aizenberg, es evidente que la técnica pura y el dominio del oficio importan mucho en su obra. Por ellos surge la imagen y, en consecuencia, la estructura final de la tela. Nuestro artista procede por analogía. Va, por la síntesis, al análisis y, por lo general, a lo particular. Llega por la estructura al dibujo y, por el color, a la luz, investigando la ambientación y buscando un clima de imaginería.
El recuerdo de los miniaturistas no es, pues, ocioso. El cotejo surge de la actitud espiritual de Aizenberg (la búsqueda de la imaginería) como de su tendencia a pintar cuadros pequeños esos cuadritos que son verdaderas obras maestras! En la primera muestra de nuestro pintor, esas telas asombraron precisamente por el alarde técnico que representan.
La base de la obra de Aizenberg es el color. Tiende a la monocromía. A entonar dentro de gamas de un mismo registro. Generalmente, marrones en juegos de matices que logra con grandes síntesis pictóricas. La paleta es reducida: blanco, negro, tierra de sombra, ocre amarillo. En fin, tres o cuatro colores con los que crea paisajes y situaciones de gran sugestión plástica y espiritual. Esa doble fuerza hace de Aizenberg uno de los más serios valores de nuestra plástica más reciente.