A la universalidad 
							por la impersonalidad, 
							o bien: 
							a la universalidad 
							por la impersonalidad de la mirada. 
							Un hermoso 
							y provocativo lema, digno 
							de integrar el escudo de puristas 
							sostenedores de que la pintura resulta 
							exclusivamente en contingencias visuales, 
							con lo que la mirada tiene de no fingido, 
							alentador e irresponsable, 
							tal como si nuestro ojo 
							se inspirase en el complejo, 
							multifacético ojo de la abeja, 
							al asalto desde la retina 
							que golpea, confunde, aviva. 
							Cuán penoso, sin embargo, 
							decepcionarlos, subrayarles 
							paralelamente la endeblez 
							perogrullesca del argumento, centrada 
							en lo obvio, en que la pintura 
							no es exclusivo acontecer visual, 
							y cómo de la retina
							la mirada también acarrea 
							piel, oídos, nariz y lengua, 
							y prosigue, fulmínea, 
							hacia el cerebro, lo atraviesa, 
							rebota de lo denso a lo sutil, 
							de lo sutil a lo casual, 
							llegando por esas estaciones al pecho.